Los molinos de viento proliferaron en Canarias, principalmente en islas carentes de agua como Fuerteventura y Lanzarote. Por un lado, liberaban de moliendas periódicas a las familias. De otro, cuando las cosechas eran abundantes contribuían a la creación de pequeñas industrias, generalmente regentadas por el molinero, que a cambio del uso del molino y su trabajo recibía del campesino una porción del grano, la maquila.